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Amb Jose Maria Pou durant el rodatge de ‘La Caredral del Mar’.Foto: Cedida

El periodista tarragoní Robert VIllarreal ha participat en el rodatge de la sèrie ‘Los herederos de la Tierra’, que s’ha filmat parcialment a Tamarit i Tortosa. Villarreal ja va fer d’extra a la preqüela, ‘La Catedral del Mar’. Ens ho explica a Tarragona21.

Las experiencias intensas, esas que permanecen grabadas a fuego en la memoria, son como jalones existenciales que sirven para darnos una idea de la fugacidad de la vida. Parece mentira que ya hayan pasado cuatro años desde el rodaje de varias secuencias de ‘La Catedral del Mar’ en la playa de Tamarit, bajo el castillo. Qué buenos recuerdos de aquella historia que comenzó cuando Natàlia, mi pareja, envió unas fotos para un casting que buscaba hombres con melena y barba, “de aspecto rudo”.

Pues sí, cuatro años. De aquel noviembre de 2016 me vienen a la mente la cercanía de los actores -pude saludar a Josep María Pou o al simpático Ginés García Millán-, la asombrosa parafernalia que mueven estas producciones de alto presupuesto, y sobre todo las interminables esperas entre toma y toma en jornadas maratonianas de más de 12 horas. También la camaradería y las risas con el resto de figurantes, cada uno con sus motivaciones personales para flirtear con el mundo de la farándula. Que nadie piense que el negocio sale rentable; esto se hace por pura curiosidad, ganas de carnaval, vocación artística… Llámenlo X. De todo, menos por dinero.

Las cámaras regresaron hace unos días a Tamarit para filmar ‘Los herederos de la tierra’, la secuela del mayor éxito de Ildefonso Falcones, y ahora se han encaprichado de las maravillas renacentistas de Tortosa. Natàlia -que también se ha animado a probar este año como figurante y confirma que se lo ha pasado bomba en el rol de plebeya- ha vuelto a enviar mis fotos y de nuevo he sido escogido. Debo tener mucha pinta de bruto; hay que asumir la verdad aunque duela.

Una imatge del rodaje de ‘Los herederos de la Tierra’. Foto: Tarragona Film Office

Por algún extraño capricho del destino, mi aspecto debía encajar con lo que buscaba el equipo de casting. De figurante general me pasaron a consejero del Rey, y de la corte real a un diminuto papel con una frase como acaudalado comerciante. Esos microscópicos ascensos han supuesto en la práctica un salto gigantesco -ni me podía imaginar las prebendas que otorga el estatus de ‘actor’-, con espacio propio en los camerinos y sala compartida con los protagonistas. Eso sí, el acercamiento a la fama me ha costado ya tres sesiones de bastoncillos hasta el esófago por las dichosas PCR.

Pese al lógico miedo al contagio, que sería devastador para la planificación del rodaje si cae alguno de los personajes principales, la magia permanece intacta. He podido ver de cerca la transformación de una nave industrial de Cornellà en el interior de un lujoso palacio altomedieval, la extrema minuciosidad de los equipos técnicos y el talento único que son capaces de desplegar los actores profesionales. Con todo eso ya me doy por bien pagado. Los millonarios van a poder viajar en breve al espacio a golpe de dólares, pero no hay talonario que compre un billete al siglo XIV con semejante compañía.

Roberto Villarreal es periodista y escritor