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Ahora que todo parece estar calmado después del atentado de Barcelona y Cambrils. Me paro a pensar, reflexionar y analizar las reacciones. Me paro a pensar después de tener la mente perdida unos cuantos días. Es obvio que, después de vivir una tragedia tan de cerca, la mente se bloquea. Parece ser un drama que no acaba ni acabará nunca.

Hakima Abdoun. Activista social.

Por mi condición social, marroquí e inmigrante en Cataluña, y, por poseer una ideología que intenta superar el hecho de distinguir las personas en función de su origen, religión, género, etnia, edad y condiciones económicas, me ubico entre dos visiones totalmente comprensibles. El rechazo hacía la comunidad musulmana que nace después de cada atentado terrorista y que exige a ésta repudiar el terrorismo como si fuera una obligación y, por otra parte, la comunidad musulmana, que se siente señalada con un dedo inquisidor que les sitúa en el mismo nivel que los terroristas.

¿Islamofóbia? ¿racismo? No me gusta calificar las personas con etiquetas. La reacción del rechazo no deja de ser comprensible, es una herida emocional que nace por alguna consecuencia sufrida, nace del miedo y de la preocupación. Calificar las personas hace que dividamos la sociedad en dos partes, los malos y los buenos. Los verdugos y las víctimas. Es un panorama que caracteriza unos en diabólicos crueles y, otros, en mártires victimizados. Nadie es cien por cien malo ni bueno, si reflexionáramos un poco sobre ¿qué es lo que lleva el ser humano a rechazar alguien? La respuesta es el miedo, y, sobre ¿qué es lo que lleva el otro a sentirse rechazado? La respuesta es que está persona acepta ser rechazada, por lo tanto, le afecta. Ahora bien, cuando se convierte el rechazo en agredir, personalmente lo llamaría violencia más que islamofóbia.

Somos conscientes que existe un rechazo a la comunidad extranjera, a los inmigrantes económicos. No es algo nuevo. Pero el rechazo que recibe la comunidad musulmana o marroquí, cada vez aumenta más que al resto de la inmigración ¿Por qué? ¿Existe el rechazo? Sí, pero no debemos afrontar este problema desde el victimismo y darle tanta importancia le alimenta. Y, cuando salimos a la calle para rechazar el terrorismo, tal vez no deberíamos hacerlo bajo pancartas tipo el “islam es paz”. Por más que nos duela, es una realidad innegable que existe un islam que no es nada pacifico, estamos ante un islam terrorista y violento. Cierto que no es el mismo que conocieron nuestros padres y abuelos, porque tienen suerte que muchos de ellos solo aprendieron el islam que se transmitía a través de la inocencia, bondad, solidaridad y, con valores pacíficos.

La comunidad musulmana, estamos ante un problema muy grave, gravísimo. No es casualidad que todos los terroristas de hoy en día sean musulmanes. Deberíamos aceptar que el islam de hoy ya no es mismo que nos enseñaron nuestros abuelos. Reconocer que hay un islam que es terrorista y violento. No es cuestión de salir a justificarse ante el mundo con pancartas, tampoco se trata de alzar la voz gritando “no en mi nombre”, y tampoco se trata de hacer el gesto de “Soy musulmán, no soy terrorista. abrázame si no tienes miedo”, no hace falta gestos de victimismo, créete que no somos culpables. Se trata de aceptar un problema que causó tantas y tantas masacres y, aún no hemos sido capaces ni de aceptarlo ni de reconocerlo. Es trabajo de las mezquitas aclarar donde acaba el islam y donde empieza el radicalismo. Y, además de crear campañas contra la islamofóbia, crear campañas para denunciar cualquier sospecha del radicalismo en las mezquitas, vía pública e incluso en nuestras casas. ¿Deberíamos parar el rechazo? Sí. Pero vamos a parar primero los “nuestros”. Vamos a aceptar que estamos ante un islam diferente, un islam radical, un islam terrorista. Vamos a cambiar este islam, empezando por aceptar su existencia. No, no es suficiente decir “No en mi nombre”. Tampoco se trata de poner un policía en cada mezquita, sino la implicación de los musulmanes, trabajando en red entre administraciones, mezquitas y autoridad policial.

Respecto a los terroristas de Ripoll, estoy dolida. Muy dolida porque un nuevo islam, que no es religión de los musulmanes, está haciendo el mal más que el bien, causa dolor más que alegría, está llevando a nuestros jóvenes al infierno. No hay que perder de vista un factor que considero importante mencionar, la educación. Cómo han podido felizmente vivir seis meses entre idas, vueltas y desapariciones por medio sin que sus familiares y amistades se enterasen. La educación, como en todas sociedades patriarcales, los niños y niñas recibimos educación u otra en función de nuestro sexo. Si preguntáramos a los padres sobre sus hijas, nos sabrían decir hasta las veces que acuden al cuarto de baño. En cambio, los hijos no tienen nada que perder, ni tienen himen entre sus piernas, por lo que no pasa nada si salen a la calle sin avisar, no pasa nada si llegan tarde a casa y tampoco pasa nada si duermen en casa de desconocidos. ¿Para qué preocuparse por un hombre que no tiene nada que perder? con eso, no quiero decir que en todas las familias se vive así, pero en la mayoría sí. También existen padres que controlan a sus hijos e hijas demasiado, pero pierden el control y la autoridad cuando llegan éstos a la adolescencia. Y, en muchas otras, la comunicación entre padres-hijos no existe.

Una parte de la problemática es esta, que en los tres casos llevan al descontrol familiar, lo que hace que el hijo sea fácilmente captado por los terroristas, porque los jóvenes adolescentes sin futuro es el perfil terrorista buscado. Una vez captados, estos jóvenes, empiezan a rezar, leer el Corán, tratar bien a los padres. A ellos, los progenitores, les alegra ver a sus hijos volver al camino correcto. Creen que ya han tomado consciencia, después de mucho esfuerzo en exigirles que recen y que nunca les hicieron caso. Es normal que se alegren al verles más cercanos a Dios. Desgraciadamente, al final, se acaban llevando una sorpresa. ¿Cómo van a sospechar?

Todo nace por algún motivo, no es que seamos ángeles y ellos demonios, no es que seamos víctimas y ellos verdugos. Nada de esto. En una conversación con, Angel Belzunigui Eraso, profesor de sociología de la URV, me dice: “los individuos deberían poder expresar y tomar el control de sus vidas sin ningún aditamento comunitario-cultural”. Sí, soy marroquí y de origen musulmán. Acepto que tenemos un grave problema de adaptación, integración e inclusión. Es algo que ni en esta generación, ni en la futura podemos conseguir. Es mucho más complejo, al menos yo no tengo fe en que se cambiará. Sabiendo que en España el tipo de inmigración marroquí procede de pueblos con escasos recursos. Para conseguir tener la libre expresión y control de sus vidas, deberíamos empezar con la libertad religiosa en el país de origen, pero, tal como vamos en Marruecos, no será de inmediato.

Personalmente, creo que los planes de integración no es que sean insuficientes. El problema radica en que se está intentando integrar una generación perdida, la de mis padres. Por ello, considero prioritario prestar más atención a las hijas e hijos. Por mucho que vayan a colegios y tengan amistades de otras nacionalidades, dentro sus casas hay otra educación, otra cultura y otra ideología religiosa.

El islam que una minoría ha convertido en intranquilidad, enemistad y en guerras, no es islam de paz y, mientras haya intereses económicos detrás de las guerras, no será pacifico. Mientras haya quien alimente los terroristas, el islam no será pacifico. Mientras haya quien predique la violencia como método para lograr sus fines, el islam no será pacifico. Mientras haya la división de la sociedad entre victimismo y “verduguismo”, mientras exista el “ellos” y “nosotros” no erradicaremos el rechazo y seguiremos hablando de islamofóbia.

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