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Fotografía del col·lectiu Rotoarco de poetas al Círcol de Reus. D' esquerra a dreta: Josep Moragas, Alfredo Gavin, Ramón Oteo, Ramón García Mateos, Juan López Carrillo i Manuel Rivera .

Fotografía del col·lectiu Rotoarco de poetas al Círcol de Reus. D’ esquerra a dreta: Josep Moragas, Alfredo Gavin, Ramón Oteo, Ramón García Mateos, Juan López Carrillo i Manuel Rivera .

Ha muerto este pasado fin de semana, a los 74 años de edad, Ramón Oteo Sans (no olvidemos el apellido de nuestras madres). Fue de madrugada (al finado le gustaba la noche). A pocos metros, una tormenta produjo grietas en una gran chimenea de Reus. La pérdida de Ramón ha producido también grietas en tantas y tantos que lo conocíamos y queríamos. Será homenajeado en uno de sus ámbitos, el universitario. Él, además de profesor en la extinta Facultad de Letras y en la URV, ejerció como catedrático de Literatura en los institutos Salvador Vilaseca (su padre había sido allí conserje) y en el Gaudí. En su juventud fue corrector en la editorial Destino (un día nos enseñó unas galeradas del gran Sender con un castellano de exiliado en norteamérica). Ramón fue “un maestro” y no se le llama maestro a cualquiera. Fue ante todo un “humanista”, un amigo de la cultura y de las artes (todavía resuenan en mí sus fuertes y sinceros aplausos en un Carmina Burana o su exaltación ante obras plásticas u otras expresiones artísticas).

Ramón no fue de esos fabricantes de “ridículums vitae”, publicaciones, cursos y méritos. Se convirtió en doctor, porque le obligaron para dar clases en la facultad. Su tesis discurrió sobre el heterodoxo Cansinos Assens y su exposición fue tan brillante que uno de los Blecua hijo le felicitó y le apercibió cariñoso con un “usted tendría que estar hoy aquí arriba en el tribunal y nosotros abajo”. Ramón Oteo combinaba estudio y retórica, dos disciplinas en un mundo de mensajes rápidos y llenos de horrores lingüísticos.

Él siempre estuvo a la altura de sus interlocutores. Cuando le tocó ser ponente y actor de primera, lo fue y con un sentir hondo, un pensar alto y un decir claro. Cuando le tocó ser oyente y espectador, fue siempre atento, cercano y cordial. Fue un compañero elegante, que sabía ser y estar (y no cuentan ciertos episodios de su época última en la que conviene recordar aquel sabio aforismo de Juan Ramón Jiménez: “Alentar a los jóvenes, exigir a los maduros, tolerar a los viejos”).

No habríamos de definir a las personas de una sola manera y reducirlas a un adjetivo —calificativo o descalificativo—, podemos ser de muchas maneras, no somos un animal disecado al que nos ponen un nombre científico o dogmático en un alfiler. Ramón Oteo fue muy poliédrico: apasionado y tranquilo, social y misántropo, romántico e irónico, atildado y bromista, teatrero y auténtico, hombre de traje y goliardo.

Fue un profundo lector que vivía la literatura y leía la vida, y un sentido escritor, tan sentido que a su ámbito más cercano nos costó publicar sus poemas, muchos de acento clásico y elegíacos, algunos reconocidos (en su jueventud, fue finalista en el Premio Boscán de Barcelona y el Casa de las Américas de Cuba). No lo conseguimos. Solo hay poemas publicados en el libro “El perfume del vaso” y en diversas revistas propiciadas por jóvenes: Salina y Et Cetera —entre otras . Tal vez merecieran salir del ambiente más íntimo, un espacio sagrado y reservado, un lujo que se permitió. Tal vez saldrán. No se han perdido, están guardados, como tanta letra impresa que él guardaba y acariciaba, a veces para él mismo, a veces para los demás (fue un colaborador activo en la Biblioteca del Centre de Lectura, del cual fue un auténtico militante). Hasta sus últimos días en residencias y hospitales leía y hasta recortaba papeles. No dejó de leer cuando se jubiló (en otros casos sí ocurre este fenómeno).

Costará recuperar sus enseñanzas, que transmitió sobre todo de manera oral. Nos queda el consuelo de que están en la memoria de las y los que fuimos sus alumnos y/o amigos (muchos han sido o son profesores), nos queda su ejemplo y su extensa e intensa lección.

Manuel Rivera